MUJERES EN LA BIBLIA


Los libros han sido objetos enriquecidos visualmente con imágenes desde los inicios de su historia, ya que el uso de iluminaciones en los manuscritos dará paso a los distintos tipos de grabados que embellecen y refuerzan los mensajes de la palabra impresa.
Así se justificaba la aparición de una obra en Francia, que posteriormente se dio a la prensa en España:
los dos tomos de Mugeres de la Biblia, publicados en Barcelona en 1850 en edición de los hermanos Llorens, refundidos por Don Joaquín Roca y Cornet.
La intención moralizante es claramente explicada, afirmando que es una obra utilísima el representar la virtud y sus bellezas, el vicio y sus deformidades. Afirma también el autor que aquí refunde parte de los copiosos
materiales reunidos para ensayar unos estudios morales, históricos y literarios sobre la mujer2. Por tanto se recalca la intención de primar el sentido aleccionador del texto para la difusión de los valores cristianos.
Los dos tomos de Mugeres de la Biblia se embellecen con un total de 38 láminas cuyos originales fueron realizadas por Gustave Staal, artista francés nacido en la localidad de Vertus en 1817 y fallecido en Ivry en 1882. Es conocido fundamentalmente por sus retratos, y trabajó en las técnicas del pastel, el dibujo, el grabado a buril y la litografía. Alumno de Paul Delaroche, entró en la Escuela de Bellas Artes en 1838.
Expuso en el Salón desde 1839 hasta 1872.



Centrándonos de nuevo en las imágenes creadas para la ilustración de este libro moralizante tenemos que entender que el artista se encontró con la tarea de representar a treinta y ocho mujeres que encarnan prototipos de «buenas» y «malas», diferenciación que ya se ha hecho habitual entre los y sobre todo «las» estudiosas de la imagen femenina a través del tiempo. En este sentido ha habido una proliferación
de publicaciones en España siguiendo la corriente feminista iniciada en el ámbito anglosajón8. Son veintinueve las protagonistas de hechos del Antiguo Testamento y nueve las del Evangelio. En conjunto resultan más atractivas las figuraciones de las mujeres de la Antigua Ley.
Lógicamente en nuestra obra no veremos los prototipos de las auténticas malvadas, como Lilith, la primera esposa de Adán que según el Talmud, texto sagrado de la religión hebraica, llega a convertirse en una diablesa, o las figuras de brujas y ogresas que también han tenido sus figuraciones en el arte del XIX. Pero sí que el artista diferencia con rasgos, que no dejan de ser ingenuos, a las mujeres virtuosas de las pérfidas. Las representaciones son todas similares en su formato, figuras únicas, excepto Eva y la Virgen María que tienen a sus hijos en el regazo, y se efigian de tres cuartos, nunca la figura completa. Acompañando a
varias aparecen algunos objetos o animales que simbolizan su actividad o el hecho singular por el que son más conocidas, como las espigas de Ruth la moabita, la oveja de Raquel o la espada de Judith. El tipo femenino responde a una anatomía de formas llenas, muy acorde con los gustos dominantes en la época. El aspecto físico es puramente europeo, aunque se utilizan algunos ejemplos de vestuario que remite a modelos orientales. Predominan los peinados recogidos según la moda del XIX, en largos rodetes a ambos lados de la cabeza, y adornados con tiaras de joyas, aunque también vemos a las más frívolas con largas cabelleras sueltas. Ya se ha señalado el poder fetichista de la melena femenina, constante mito con enorme capacidad
de perturbación que simboliza la fuerza vital y la atracción sexual. Por otra parte hay una gran proliferación de joyas que permitirían una catalogación de distintos tipologías de pulseras, brazaletes, anillos, broches, pendientes (predominan los de aro), collares, tiaras y coronas, dentro de los modelos del XIX.
En el conjunto de las 38 figuraciones aparecen tres madres tituladas en el libro como tales, además
de Eva y la Virgen; curiosamente la imagen de la Virgen, representada ante un plácido paisaje, está mal resuelta por la desproporción del Niño Jesús que la acompaña. También se cita a cuatro esposas, aunque una de ellas, la de Putifar, responde al prototipo de la malvada seductora; tres hijas y una hermana; junto a ellas, la única titulada por su «actividad profesional», la pitonisa de Endor. Las demás se identifican
por su nombre propio o por algún locativo. El artista utiliza un vestuario diferente para caracterizar a las madres y esposas, de ropajes recatados y con la cabeza cubierta, mientras que las protagonistas de algunas escenas escabrosas aparecen con los brazos desnudos, ropas que juegan con efectos de transparencia y joyas diversas.
Así vemos por ejemplo a la mujer de Putifar, en una postura indolente y con gesto provocativo; Bethsabé, de espaldas, en gesto de despojarse de la ropa; Dalila con los hombros descubiertos, o la hija de Herodías, que levanta con gesto desafiante la cabeza cortada del Bautista. La representación de la maldad tiene uno de sus exponentes en Athalía, reina que manda matar a sus propios nietos para seguir en el trono, y que se nos muestra con gesto crispado, mordiéndose las uñas y con el ceño fruncido. También con pretendidos rasgos de decisión y fortaleza, pero con actitudes que nos resultan teatrales, vemos a la pitonisa de Endor o a la profetisa Débora, y en pose casi de conspiración a una de las mujeres fuertes de la Biblia, Judith preparándose para degollar a Holofernes. Muy curiosa es la representación de Eva, semicubierta con pieles y sosteniendo a su hijo dormido. Se la efigia en su papel de madre de la humanidad, en un tipo de representación infrecuente ya que según Réau cuando aparece como madre se la suele mostrar amamantando a su hijo. Estéticamente las imágenes más hermosas son las de la casta Susana, en actitud de cubrirse, o la de la reina de Saba, que se vuelve hacia el espectador con su copa llena de joyas. También en actitud recatada y con rasgos muy agraciados se nos muestra Ruth la moabita, ejemplo bíblico de amor filial.
Podemos pues contemplar un variado repertorio de imágenes femeninas de «buenas y malas», que corresponden a los criterios imperantes de distinguir a la virtuosa madre, esposa o hija y a la mujer malvada, cruel y desnaturalizada, junto con algunos ejemplos de «arrepentidas» que adquieren el aspecto correcto del primer grupo, como la samaritana, la mujer adúltera o María Magdalena. En definitiva imágenes de un tema ya antiguo reinterpretado ahora con una estética tradicional y fácilmente entendible para la transmisión del mensaje insistente sobre la virtud de la mujer vinculada al núcleo familiar.

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