EL HOMBRE Y LA ARQUITECTURA


 El hombre busca las cuevas naturales y las grietas del terreno para guarecerse de las inclemencias de la naturaleza. Después, como los pájaros hacen sus nidos, construye chozas con ramas de árboles o con barro. Esto no es todavía a. La verdadera a. aparece cuando el hombre siente la necesidad de crear, no sólo un espacio que reúna las condiciones físicas indispensables para protegerse del frío, del calor, o de la lluvia, sino también que contenga un «no sé qué» de aspecto, de forma y proporción que satisfaga su deseo de belleza.
 Cuatro paredes y un techo -dice el filósofo chino LaoTse- no son arquitectura, sino el aire que queda dentro. Este concepto espacial es la esencia de la a. Las disposiciones técnicas estructurales, la masa de la fábrica arquitectónica, ya sea resistente o de simple cerramiento, es sólo un medio para conseguir ese espacio esencial. La a. podría definirse como un trozo de aire humanizado, comprendiendo en esta humanización tanto las necesidades puramente fisiológicas de protección contra la naturaleza hostil, como la otra apetencia de trascendencia y de belleza.
Desde el principio aparecen claramente diferenciados los tres factores que integran la a. Primer factor origen de la a.: programa necesario para satisfacer una necesidad humana. Tal como la de ponerse, de una forma específica, en contacto con la divinidad, en el templo; la de reunirse en asamblea política, administrativa, judicial, social o recreativa, en los edificios públicos; la de adquirir conocimientos culturales, científicos o técnicos, en escuelas y universidades; la de vivir y convivir en familia, en la vivienda, etc.
Segundo factor: el técnico, compuesto de elementos sustentantes y sostenidos, que hacen posible la creación del espacio arquitectónico.
Y un tercer factor estético que, expresando la peculiar característica del programa de necesidades humanas del edificio y de las de orden técnico que hacen posible su materialización, consiga crear un objeto de arte. Para que este «objeto de arte» sea propiamente a., y no escultura, ha de ser el resultado de la integración de todos los elementos arquitectónicos, tanto de los que tienen su origen en el primer factor del programa humano del edificio, como de los que proceden del segundo factor estructural y de cerramiento y también de los obligados por su emplazamiento; porque la a. es un objeto de arte fijado en un paisaje.
La propia aparición sucesiva de estos tres factores que componen la obra arquitectónica exigen una concatenación jerárquica durante el acto creador del arquitecto, de tal forma que si esa jerarquía se altera, la a. resultante nace ya defectuosa. La a. será tanto mejor cuanto más perfectamente consiga realizar su programa humano y más expresivamente se patentice, cuanto más sencilla, económica e ingeniosamente esté elegida su estructura sustentante y sus elementos sustentados de cerramiento y mejor partido estético se consiga en ambos de su más genuina expresividad formal, de sus proporciones y de sus texturas.
Es frecuente que una falta de jerarquía de los tres factores que componen la a., en el acto de su creación, por equivocación conceptual o simplemente por falta de poder creador en el arquitecto, incapaz de conseguir toda la fuerza dramática que necesita su a. con sus elementos propios, dé lugar a una plástica de mayor o menor interés estético, pero que no es propiamente arquitectónica.
De otra parte, las gentes, aun las dotadas de sensibilidad, al no tener referencias naturales ni usuales, al aparecer programas y técnicas no conocidas antes, se resisten a aceptar las nuevas plásticas arquitectónicas que al principio siempre les parecen brutales y feas. Esta es la causa de que aparezca como una constante, a través de toda la historia de la a., el que al ir surgiendo nuevos programas, nuevos materiales y nuevas técnicas constructivas la expresividad estética de la obra arquitectónica suela tomar, al principio, aspectos de programas, materiales y técnicas constructivas pasadas.
Evolución histórica. Los programas arquitectónicos religiosos y funerarios, a los principios mezclados, y también algunos de tipo político y guerrero, fueron los que en los albores de la humanidad dieron origen a las primeras expresividades plásticas arquitectónicas, por ser en ellos en donde los hombres comenzaron a sentir mayores deseos de trascendencia y de belleza.
Los pueblos sumerio, mesopotámico y egipcio (ca. 3000 a. C.) y también los pueblos hindú y chino, han dejado vestigios de civilizaciones arquitectónicas evolucionadas, sin que hoy se pueda conocer con exactitud cuál sea la más antigua. La a. maya y azteca principalmente, en México, América del Centro y del Sur, presentan características análogas en épocas posteriores (s. I al XII).

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